Mtro. Jesús De Miguel
Llevamos desde febrero escuchando casi a diario la palabra crisis al hablar de la pandemia del COVID-19. Sin duda, la referencia a la crisis es perfectamente ajustada a la realidad, no en vano las pandemias están consideradas, desde el inicio del presente siglo, como uno de los riesgos para tener en cuenta a la hora de definir las estrategias de seguridad nacional. El propio Secretario General de Naciones Unidas, el Sr. Kofi Annan, manifestaba en el año 2005 en el documento “Un Mundo más Amplio de Libertad”:
“Entre las amenazas a la paz y seguridad en el siglo XXI se cuentan no sólo la guerra y los conflictos internacionales, sino los disturbios civiles, la delincuencia organizada, el terrorismo y las armas de destrucción en masa. También se cuentan la pobreza, las enfermedades infecciosas mortales y la degradación del medio ambiente, puesto que también pueden tener consecuencias catastróficas. Todas estas amenazas pueden ser causa de muerte o reducir gravemente las posibilidades de vida. Todas ellas pueden socavar a los Estados como unidades básicas del sistema internacional”
Es evidente que desde que se escribieran estas líneas han sido muchas las crisis sufridas por la humanidad que no han tenido su origen y causas en las amenazas tradicionales relacionadas con la violencia. Consciente de ello, la Estrategia de Seguridad Nacional del año 2019 incorpora las pandemias como uno de los principales desafíos a los que se enfrenta la seguridad española:
“En las últimas décadas, el número de enfermedades emergentes identificadas y de situaciones de riesgo asociadas a ellas ha aumentado. Se han identificado al menos seis alertas sanitarias globales, todas ellas con un importante impacto a nivel nacional”
Sin embargo, dichos riesgos no se pueden eliminar por completo. Es necesario, además de reducir la vulnerabilidad de la población, desarrollar planes de preparación y respuesta ante amenazas y desafíos sanitarios, tanto genéricos como específicos, con una aproximación multisectorial que asegure una buena coordinación de todas las administraciones implicadas tanto a nivel nacional como internacional.
Una primera reflexión sobre las crisis podría ser sobre la necesidad de prevenir, en palabras de Sun Tzu “Cuando el mundo está en paz un hombre de bien mantiene su espada al alcance de su mano”. Lo que no quiere decir que con la prevención se eviten las crisis, éstas se producirán sin duda, en cualquier caso, pero si estamos prevenidos sus consecuencias serán mucho menores.
Y es aquí donde planteo una primera crítica a la gestión que sobre esta crisis está haciendo nuestro gobierno. España dispone de mecanismos de organización, material y procedimientos para enfrentar este tipo de situaciones. Entonces, ¿por qué no solo no se han utilizado, sino que se desoyeron las alertas que ya en enero anunciaban el riesgo inminente y más aún no se hizo caso alguno a las recomendaciones emitidas por la OMS en febrero? A la lectura de las arriba referidas palabras de Sun Tzu, se podría inferir que nuestros gobernantes no son “hombres de bien” pues no han sabido o no han querido prevenir, poniendo en valor sus intereses particulares sobre el bien común.
Pero sigamos avanzando en esta conceptualización de las crisis. No toda afectación a la normalidad es una crisis, a pesar de que utilizamos esta palabra para muchas cosas o situaciones. Se podría entender como “un cambio repentino de importancia y trascendencia hacia una situación perjudicial, provocando un acontecimiento súbito –imprevisto y extraordinario– y exige reacción para restituir la normalidad”. Sin embargo, esto se quedaría corto, más bien en el ámbito de una emergencia, entonces se podría añadir que la verdadera crisis se manifiesta cuando “se produce una afectación seria a las estructuras básicas o a los valores y normas fundamentales de un sistema u organización es cuando realmente estamos ante una crisis”.
Parece pues evidente concluir que el COVID-19 es “una crisis de libro”, pues no solamente afecta a la vida y a la salud de las personas, el valor principal a proteger, sino que está afectando al sistema productivo nacional e incluso al estado de bienestar como paradigma de las democracias liberales y, más allá, a los fundamentos de nuestro modelo de democracia liberal, por no citar los criterios y valores sobre los que se constituyó la Unión Europea, lo que no es baladí para España, como uno de los países de clara y mayoritaria vocación europeísta a excepción de algunas corrientes políticas, una de ellas curiosamente formando parte del actual gobierno.
La crisis puede ser considerada no solamente un problema que es preciso resolver, sino uno de los mayores problemas a los que se enfrenta una organización. Rittel y Webber abordan la naturaleza de los problemas en su obra Dilemmas in a General Theory of Planning, clasificándolos en dos grupos los dominados y los perversos. Para los primeros se disponen de los medios y la organización y lo que es más importante la solución a los mismos es identificable, como es habitualmente el caso de las emergencias. Por el contrario, en el caso de los problemas perversos, asociados a las crisis, no existe la certeza que se pueda alcanzar el objetivo y/o los responsables de afrontarlos no disponen de la totalidad de los recursos en su ámbito de competencia, requiriendo para ello el ejercicio del liderazgo. Si además este problema afecta o puede afectar a los fundamentos de la propia organización, sociedad o Estado, estamos entonces ante un problema crítico que requiere inmediatez en su resolución y adoptar medidas extraordinarias, como fue el caso de la implementación del “estado de alarma”, previsto en el artículo 116 de la Constitución.
Un problema perverso o complejo hay que abordarlo en su totalidad, su simplificación, propia de los populismos, supone dejar de lado partes importantes del problema, impidiendo la resolución de éste. No se trata solamente de mandar -atribución del cargo-, sino que es preciso liderar por cuanto nos encontramos ante un escenario de gran complejidad, el cual se caracteriza, entre otros atributos, por tener un alto nivel de incertidumbre; por ser claramente multidimensional, lo que obliga a la concurrencia de diferentes sectores en su resolución; por no estar limitado normalmente al ámbito geográfico de una sola nación, sino que tiene una dimensión regional, cuando no global, como en el caso que nos ocupa; por último, y no menos importante, por la necesidad que las posibles respuestas deben de ir más allá de lo que Freedman denomina las opciones racionales, en las que de poco o nada sirve el paradigma de lo correcto- incorrecto, sino que hay que ir más allá, no siendo válidas las soluciones binarias, que tanto caracteriza el discurso populista.
Para ilustrar la complejidad del problema que nos ocupa me valgo de esta ilustración en la que en unos ejes cartesianos se representan esquemáticamente algunas facetas del problema del COVID-19, señalando su mayor o menor severidad y/o impacto, así como su relación con aspectos humanos y sociales o técnicos, económicos y organizacionales. Como se puede apreciar todas ellas están relacionadas y atajar una de manera aislada sin tener en cuenta las consecuencias sobre las otras no hace sino agravar el problema, o lo que es lo mismo: no solucionar la crisis.
En esta línea de pensamiento no basta resolver el problema de la propagación del virus, ni la saturación de camas UVI, ni simples medidas de cerrar la actividad comercial, sino hay que ser mucho más profundo en su gestión y buscar soluciones holísticas. Para ello me basaré en el criterio de las “5R” que utiliza McKinsey & Company en su estudio “COVID-19. Briefing note. Global health and crisis response”: Resolve, Resilience, Return, Reimagination, Reform.
- En primer lugar, debemos afrontar la resolución de la emergencia, enfrentando para ello los desafíos más inmediatos. Obviando lo referido al inicio de este ensayo sobre la prevención y las primeras medidas de que deberían haber sido adoptadas para preparar la lucha, como hubieran sido, por ejemplo, las de acumulación de material, la adecuación hospitalaria para atender un número elevado de enfermos, o la inmediata activación de un gabinete de crisis multidimensional con “verdaderos” expertos, se hace, a continuación, una reflexión sobre algunas de las decisiones adoptadas. El confinamiento de la población influye de una manera directa en la mitigación de la propagación, pero también impacta de manera notable en la productividad del país, de manera que, si no se toman medidas en el campo económico ésta y el propio tejido industrial de la nación se verán afectada, cuando menos, en el corto y medio plazo. Por otra parte, siendo la protección de los trabajadores algo fundamental, no es menos cierto que no tomar las medidas adecuadas para salvaguardar el tejido empresarial, sustento de nuestra economía liberal, no solo incrementa la precariedad laboral, sino que daña seriamente la economía española. Estos dos ejemplos ponen de manifiesto que estas decisiones adoptadas por el gobierno no ven el problema como un todo, con ellas no se hace sino poner en riesgo la supervivencia de muchas PYMES. Por otra parte, la continua demonización que desde Podemos se hace de la iniciativa privada pone en riesgo a su vez la estabilidad social y la pervivencia de nuestro modelo de Estado. A lo anterior habría que añadir la nefasta política de comunicación, aspecto éste tan necesario en situaciones de crisis, en las que es absolutamente necesario que los lazos de confianza con los gobernantes sean inquebrantables. Desafortunadamente la desconfianza va en aumento según va discurriendo la crisis.
- La resiliencia es algo fundamental en toda organización que se enfrenta a una crisis. Toda organización, y con mayor motivo un Estado, tiene que seguir funcionando sea cual sea, tanto más un Estado -no se puede parar una nación. Sin embargo, la decisión tomada de paralizar toda “actividad no esencial” ha puesto en riesgo el principio básico de la resiliencia. Determinar la actividad esencial no es algo baladí en unas sociedades que somos cada vez más interdependientes. Existen sectores que no pueden ser paralizados en ninguna circunstancia, como así se ha hecho. Este es un claro ejemplo de simplificar un problema -paro la producción y así hay menos contagios- efectivamente se resuelve la curva de afectados, pero se incrementa el problema de la productividad, por citar tan solo un ejemplo.
Los cinco aspectos fundamentales que se recomienda tener en cuenta para garantizar la resiliencia son:
- Identificar con claridad cuales son los principales riesgos a los que nos enfrentamos
- Desarrollar los posibles escenarios tanto de evolución de la crisis como de su recuperación y determinar en cada uno de ellos cual o cuales pueden ser los resultados y/o consecuencias en la organización.
- Comprobar la solvencia de la economía para cada uno de los escenarios.
- Establecer un catálogo de actuaciones, determinando para cada una de ellas el momento de su aplicación, estableciendo los indicadores pertinentes.
- Desarrollar un cuidadoso control del gasto que mitigue las consecuencias en los escenarios más desfavorables.
En el caso de haber comenzado a aceptar en su momento que España se estaba enfrentando a una crisis de dimensiones poco previsibles e iniciar su gestión de manera oportuna, se podrían haber adoptado una serie de medidas que hubieran contribuido a garantizar la resiliencia como sería el caso, entre otras, de la realización de pruebas masivas, las cuales hubieran permitido gestionar oportunamente la masa laboral sin detener la producción; facilitar a las empresas la implantación del teletrabajo; o la identificación de los puntos débiles de nuestra economía y los métodos para mitigar los efectos negativos. Sin embargo, ha sido la improvisación lo que ha venido caracterizando la gestión de esta crisis por parte del gobierno.
- Para un adecuado retorno se precisa tener diseñado un plan que permita recuperar lo antes posible la actividad normal del país en cuanto los efectos más graves de la crisis comiencen a remitir y se tengan lo más claro posible sus repercusiones. Para ello se precisa un detallado catálogo de indicadores que faciliten ir conformando la situación para permitir un ordenado y seguro retorno a la actividad. Por ejemplo, la tendencia continuada en la reducción de infectados aconsejará la vuelta ordenada a la actividad laboral, pero para ello será preciso proteger a los trabajadores con las pertinentes pruebas de control y medidas de higiene y seguridad en el trabajo. En el caso de España, donde se ha cesado casi en su totalidad la producción, se precisa tener un plan detallado de apertura de la actividad empresarial y laboral, comenzando por aquellas tienen un mayor peso en el PIB nacional, estableciendo una serie de medidas que faciliten la recuperación de la intensidad productiva y la inversión.
- El término inglés “reimagination” nos viene a decir que se precisa pensar en como podrá ser el mundo en general, España en particular, después de esta pandemia. Son muchos los autores que dicen que “nada será como antes”. Pienso, más allá de la literalidad de la frase, que nos encontramos en un punto de inflexión de una profunda transformación. Si bien es cierto que con anterioridad a esta crisis global había muchos indicadores que nos anunciaban que se necesitaban acometer profundos cambios en todos los ámbitos de nuestra sociedad, el coronavirus ha sido el detonante de la profunda transformación a la que nos enfrentamos. No se trata con esta supuesta “reimaginación” de volver la espalda a nuestro modelo de sociedad, característico de las democracias liberales, el cual con todos sus defectos sigue siendo el paradigma del Estado de bienestar. Tampoco podemos caer en la retórica, tan en boga en estos días, de algunos sectores que identifican todos los problemas de nuestras sociedades en los efectos de la globalización. No puedo compartir esta opinión, en primer lugar, porque en el mundo interconectado de nuestros días no se puede obviar las agendas globales -no se pueden poner puertas al campo. La globalización llegó para quedarse, lo que se debe aprender es a gestionarla adecuadamente. En segundo lugar, porque si bien es cierto que con ella se ha incrementado la desigualdad, no es menos cierto que ha contribuido a alcanzar el mayor desarrollo humano de la historia. En el lado opuesto, sería un riesgo caer en las políticas proteccionistas que no solo no contribuyen a frenar la desigualdad, sino que es un banderín de enganche de los nacionalismos extremos y las políticas populistas de todo signo que son sin duda uno de los principales desafíos a los que se enfrenta hoy en día nuestra sociedad. También desde algunos sectores se esfuerzan en plantear las bondades de lo público frente a lo privado –“la riqueza solo para el interés general”, manifiestan sin reparos los dirigentes de Unidas Podemos. Discurso altamente peligroso, al pretender reforzar el poder del Estado más allá de lo aceptable en un régimen de libertades, ésta es una aventura que se ha mostrado nefasta en todos los regímenes en los que se ha tratado de instaurar. Con ello se abre el paso a los gobiernos autoritarios que con tanta facilidad terminan convirtiendo la seguridad del Estado en la seguridad del régimen (Venezuela, Cuba, China, Rusia, etc.), como acertadamente describe Richard Jackson (Contemporary Security Studies, Alan Collins). Por el contrario, nos proporciona una excelente oportunidad para definir nuevas formas de trabajo en nuestras empresas, de impulsar el desarrollo tecnológico y digital y de redefinir nuestro sistema productivo. También permite ver una ventana de oportunidad para que los partidos políticos, elemento fundamental de nuestras democracias, se desempeñen en el servicio público, en el interés general, dejando de lado sus intereses partidistas, adopten una mayor transparencia y tengan una mayor cercanía con los ciudadanos. Es una buena oportunidad asimismo para pensar en la transformación que obviamente necesita nuestra sociedad y para ello se precisa la concurrencia de todos: partidos políticos, agentes sociales y la sociedad civil. Mucho se habla estos días de reeditar los Pactos de la Moncloa, pero no es la misma sociedad la actual que la que España tenía en 1977 ni existe, hoy en día, la generosidad política que entonces demostraban nuestros gobernantes. Tratemos pues de recuperar ese espíritu que nos convirtió en un modelo de sociedad a imitar
- Por último, si hablamos de reforma, debemos en primer lugar identificar que es lo que no ha funcionado para a partir de ahí guiar el cambio en la dirección adecuada. En el caso concreto de nuestro modelo sanitario, por ejemplo, pienso que es un modelo difícil de mejorar si atendemos a la calidad humana y profesional del personal sanitario, a los medios y tecnología que tienen nuestros hospitales, ya sean públicos o privados, y al hecho que contamos con un modelo de sanidad universal, en el que nadie está fuera. ¿Entonces qué ha fallado? indudablemente, el fraccionamiento del sistema en 17 comunidades autónomas no ayuda, en tiempo de crisis, a una gestión centralizada de una manera eficaz y eficiente. Es, por tanto, una buena oportunidad para revisar las competencias que deben de ser transferidas, no parece muy lógico, por otra parte, que un ciudadano español que reside en una comunidad autónoma no pueda ser atendido cuando se desplaza a otra. Pero sin duda, el fallo más notable ha sido la propia incompetencia de los que han estado y están al frente de la crisis, quienes han sido incapaces de adoptar las medidas que se precisaban en cada momento. También cabe aquí una breve reflexión sobre el modelo económico que tenemos con unos niveles de deuda que van a poner en riesgo la recuperación una vez sea superada la crisis sanitaria. Se precisa unas políticas de Estado en materia económica y de empleo de manera urgente. Para que esta “estrategia de las 5R” realmente funcione adecuadamente debemos desarrollar escenarios, para ello me permito reproducir los que define McKinsey & Company en el trabajo citado en la página 4 de este ensayo. Centrándonos en los 4 destacados en negro, considero que la recuperación en V, escenarios A4 y A2, en el caso de España son poco probables, por dos razones fundamentales, las medidas adoptadas en la gestión de la crisis y los déficits estructurales de nuestra economía. Debemos pues prepararnos para una recuperación más lenta pero que es necesario desde ahora fijar el timón de la gestión y olvidar improvisaciones y populismos.
Por todo lo anteriormente expuesto, y en el marco de la estrategia 5R me permito proponer algunas recomendaciones sin que ellas sean excluyentes Para una resolución adecuada se precisa activar a la mayor brevedad las pruebas que permitan la detección de la enfermedad y abrir progresivamente el confinamiento. Atendiendo a garantizar la resiliencia será preciso reactivar a la mayor brevedad los sectores fundamentales de la producción y disponer de un equilibrado presupuesto, el cual debe de contar con el más amplio consenso, al menos con los partidos de mayor implantación nacional. Para asegurar la necesaria recuperación del país se requiere apoyar a las PYMES y fomentar la recuperación y, en su caso, la creación de empleo. Por último y no menos importante se debe convocar a todos los sectores de la sociedad para imaginar nuestro país después del COVID y extraer las lecciones aprendidas para acometer las necesarias reformas en nuestra sociedad manteniendo nuestro modelo de democracia liberal.
Termino afirmando que el COVID-19 es una crisis de libro, pero que desafortunadamente está siendo gestionada de manera poco prudente y nada eficaz y eficiente. Estamos todavía a tiempo de rectificar, pero primero es necesario reconocer los errores y buscar unos buenos compañeros de viaje. Los españoles nos merecemos ese esfuerzo por parte de quienes nos gobiernan.